La palabra "ética" significa algo muy parecido a "moral". Sin embargo, podemos señalar la siguiente diferencia: "moral" se refiere al conjunto de los principios de conducta que hemos adquirido por asimilación de las costumbres y valores de nuestro ambiente; es decir, la familia, la escuela, la iglesia, el vecindario en que se desarrolla nuestra infancia. También se refiere a las normas que se nos imponen en esos ambientes, con base en la autoridad; no desde luego la autoridad legal, sino precisamente moral: los imperativos de nuestros padres, sacerdotes o maestros, que recibimos pasivamente y sin cuestionamiento antes de adquirir el "uso de razón". "Ética" se refiere a algo diferente: el intento de llevar esas normas de conducta y esos principios de comportamiento a una aceptación consciente, basada en el ejercicio de nuestra razón.
En ese sentido, la ética es la mayoría de edad de la moral. No la excluye ni se le opone; simplemente cambia su naturaleza, haciéndola pasar de lo recibido en forma pasiva o inconsciente, a lo asumido de manera activa con pleno discernimiento. La moral se basa sobre todo en el sentimiento, en el amor y temor que sentimos por nuestros padres y otras personas que contribuyen a nuestro desarrollo físico y espiritual. La ética, por su parte, descansa en el libre ejercicio de la crítica racional sobre los valores recibidos, que los convierte en algo que uno puede justificar ante sí mismo y ante los otros.
En el uso corriente del lenguaje, "moral" se asocia con un fundamento religioso, en tanto que "ética" se asocia con una reflexión intelectual. En nuestra sociedad pluralista, coexisten varias religiones, el agnosticismo religioso y el humanismo no teísta. El carácter de la moral asociada con las creencias religiosas, basada en argumentos de autoridad y en revelaciones particulares, hace difícil discutir el tema de los valores entre personas de distintas confesiones. La ética, en cambio, por fundarse en la razón –común a todos los hombres–, ofrece un terreno neutral donde todos nos sentimos capaces de ofrecer y rebatir argumentos.
Todas las confesiones religiosas afirman, hasta donde yo sé, que no hay contradicción entre ellas y una ética basada en la razón. En otras palabras, las personas religiosas mismas consideran que su doctrina moral es compatible con la razón y se sienten capaces de ofrecer argumentos racionales para defenderla. En mi práctica personal como creyente encontré que esta compatibilidad entre la moral religiosa, basada en una autoridad revelada, y los dictados de la razón, no siempre se da –por ejemplo, en la espinosa cuestión del control de los nacimientos–. Pero en todo caso, esto es un asunto que cada creyente debe evaluar de acuerdo con su conciencia.
Como resultado de este análisis, podemos afirmar que la diferencia entre "moral" y "ética" se refiere a la forma en que nuestras convicciones están enraizadas en nosotros; no afecta necesariamente el contenido de esas convicciones. En relación al contenido, ética y moral son más bien coincidentes: ambas se refieren a cuestiones de valor, es decir, a lo que consideramos bueno y lo que consideramos malo, lo que debemos aprobar, alabar o estimular, y lo que debemos más bien reprobar, condenar o tratar de evitar. La ética y la moral se refieren a lo que debe ser, discriminan entre acciones aceptables e inaceptables. En esto se diferencian de los credos religiosos, de las ciencias, de las opiniones o de las noticias de los periódicos, todo lo cual se refiere más bien a lo que simplemente es (o uno cree que es). Esta distinción entre "deber ser" y "ser" se revela como más honda e importante que la diferencia entre moral y ética. Examinémosla con más cuidado.
jueves, 29 de abril de 2010
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